Caviar francés

La mejor manera de definir a Samantha era la sencillez. Su vida era un mar en calma, apenas permitía que sus niveles de cortisol subieran más allá de lo estrictamente necesario. Tampoco dejaba lugar para los grandes caprichos y lo poco que se permitía, era gastar parte de sus ingresos en adquirir libros que devoraba con gran placer, una de sus grandes pasiones.

Tom, sin embargo, era un adicto a la adrenalina. Un apasionado de la velocidad, de los deportes de riesgo, de los vicios y en general de todo lo que le generase placer. Siempre decía que vivía al límite y que era un culo inquieto.

La vida, que es caprichosa, se encargó de ponerlos cara a cara en una fiesta de cumpleaños cinco años atrás. Los dos se sintieron atraídos casi al instante de conocerse, y comenzaron un romance muy intenso que hoy celebraban a lo grande.

Estos años no habían sido un camino de rosas, sus formas diferentes de ver la vida provocaban conflictos que siempre terminaban resolviendo de forma apasionada. Eran una pareja muy química y explosiva, y ese era el secreto que les mantenía férreamente unidos.

En casa de Tom, disfrutaban de una bonita velada junto a sus mejores amigos. En la mesa, caviar francés, ostras, gambas, cigalas y una botella de champagne pommery con la que celebraban por todo lo alto el lustro de amor. Todo eran risas y felicidad, y se respiraba un ambiente digno de las mejores novelas de amor como las que Samantha leía cada noche en su desván.

El sonido del timbre se encargó de romper la magia del momento y Samantha acudió a la puerta.
-¿Samantha Smith?- contestó un joven desde el otro lado.
-Si, ¿qué desea?
-Traigo un paquete para usted.
Samantha abrió la puerta y el repartidor le entregó un paquete del tamaño de una caja de zapatos.
-¿Quién lo envía?- preguntó Samantha algo sorprendida.
-No tiene remitente señora. Quizás algún admirador anónimo le envíe un regalo- Le exclamó con una sonrisa atrevida.

Samantha cerró la puerta y volvió a la mesa con el paquete en la mano.
-¿Quién era cariño?- le preguntó Tom.
-Un repartidor me ha traído este paquete, pero no tiene remitente.
-¡Qué extraño! Vamos a abrirlo y salimos de dudas.

Colocó el paquete sobre la mesa, era una caja de cartón piedra con adornos florales rodeada por un lazo rosa. Sonrió con vehemencia y comenzó a abrirlo entre las miradas de expectación del resto por saber lo que contenía.

La caja estaba repleta de papel seda color pistacho. Presa de la incertidumbre, hundió la mano con suavidad y sacó un marco de metacrilato con una foto y un texto grabado en relieve que decía ¡Feliz aniversario!. En el fondo de la caja asomaba una carta en un sobre de color azul, que abrió y comenzó a leer en silencio.

Mientras leía, empezó a mostrar un pequeño temblor en su mano derecha y las lágrimas hicieron acto de presencia. Tom miraba con cara de poker, sabiendo que algo no iba bien.

Al terminar de leer, Samantha miró a Tom con rostro de despedida y culpabilidad, y sin decirle ni una sóla palabra, se levantó con rapidez y salió por la puerta. Él, algo paralizado y aturdido, corrió tras ella, pero Samantha ya había huido calle abajo sin que pudiese alcanzarla.

Nunca más supo de ella…

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